23.5.10

La soledad es hermosa

Últimamente lo único que puedo hacer es referencia al presente. Sobretodo ahora, que llueve. Por eso voy a contar una historia, por más pequeña que sea. Una cosa cotidiana, como una nube que pasa, una gota que cae al piso y vuelve ese milímetro cuadrado más brilloso que los demás, una hoja de roble amarronada que roza súbitamente mi mano cuando la extiendo para alcanzar no sé qué cosa... Escucho varias cosas a mi alrededor que me dan el impulso para empezar a hacerlo, por lo tanto ahí va: observo las uñas de mis pies mojados que se apoyan suavemente en la bañadera, así, como en aquel cuadro de Frida Khalo... Miro más que nada el reflejo, que vierte los dedos hacia adentro del agua, comprimiendo en esos veinte dedos deformes y refractarios toda una monstruosidad. Me imagino que voy a salir del baño con un cuarto de metatarso agregado hacia atrás, con dedos incluidos, como un trompo que deja de dar vueltas y luego empieza otra vez. Mi cabeza frena y enciende otros dispositivos que aceleran las imágenes... entonces esos metatarsos de veinte dedos condensados pegan un salto y comienzan a girar, y el agua hace lo mismo en un remolino me lleva hacia adentro, hacia el fondo arenoso de un río. Me doy cuenta de que me quedé dormida, me entró agua en los ojos y ahora veo como si estuviera resfriada. Pienso en los dedos de mis pies reflejados y en el breve sueño que tuve, intento hacer lo mismo con las manos. Pero no llego a ver su reflejo porque están muy cerca. Contemplación... Un baño de inmersión es el mayor acto de ego que puede hacerse uno a sí mismo. Sólo el agua que contiene y un cuerpo flotando (a veces, con los dedos de los pies duplicados), quizás una masturbación viscosa, aunque no esta vez, ahora estoy demasiado inmiscuida en el agua y el olor del sahumerio que inunda el espacio. No quiero volver a dormirme... Temo ahogarme durmiendo en el agua, me da tanto placer dormir así, con el cuerpo sin nada de peso, inerte, dejándose ser sólo moviéndose como un pez y en cámara lenta... Para salir, simplemente acerco las rodillas a mi pecho y luego me siento. Estiro las manos tocando el suelo y saco el tapón: en un sonido desesperado y sordo, veo el agua escurrirse en remolino...AH! Estuvimos tocándonos de una forma tan íntima. Es inexplicable el vacío que se siente al verla irse así, tan rápido... Intento retener una partecita de ese momento pero es tarde, el agua es efímera y se extiende libre por todo el espacio. Por unos minutos, me quedo así, sentada, abrazándome a las rodillas, titiritando apenitas, observando la ranura de metal y las paredes blancas que me rodean: la soledad. Es blanca, como la muerte. Pero una muerte hermosa, como la muerte del agua escurriéndose por el desagüe; desolador, sí, pero fascinante y sagrado.
Alcanzo la toalla y salgo. Quiero secarme por completo, hasta el último recoveco, atrás de las orejas, entre los dedos de las manos, cada comisura, las arrugas leves de mis ojos. Luego voy al cuarto, a vestirme. Es domingo, sigue lloviendo. En un rato me encuentro con los chicos en el Café G., pero antes de salir busco el secador: el pelo mojado es incómodo.